Art Buchwald se está muriendo… bueno, como lo estamos todos, desde que nacimos. Pero en este caso el asunto es que los médicos dicen que debía haberse muerto hace casi un año. Lo que pasó es digno de su vida, de hecho no podía ser de otra forma, para el hombre que un día se fue a Paris con 12 dólares en el bolsillo y terminó invitado de honor a la boda de Grace Kelly y el Príncipe de Mónaco. En enero, los riñones de Art dejaron de funcionar y los médicos le dijeron que tenía que someterse a una diálisis todos los días. No quiso. Cansado de pasar trabajos con su cuerpo, le amputaron la pierna derecha arriba del tobillo meses antes, Art aún aceptó someterse al tratamiento pero al cabo de 12 sesiones tiró la toalla y se acabó la diálisis. Si tenía que morir pues, al hoyo. A los médicos y a sus hijos no les quedó otra que resignarse. Le dijeron que le quedaban tres semanas de vida, si acaso. Y Art, como es muy organizado, decidió ingresar a un hospicio para, como acostumbra decir, "morir con dignidad". Vendió algunas propiedades, regaló otras, visitó una funeraria en Washington D.C., escogió el ataúd – blanco, dicho sea de paso -, y escribió dos testamentos, uno con las donaciones de sus cosas, otro con las instrucciones de cómo quería ser enterrado. Decidió ser cremado, porque asi es más fácil transportarlo hacia el cementerio de la isla de Martha’s Vineyard, en la costa del Atlántico Norte, donde hace unos 30 años compró un pedazo de tierra por 500 dólares y allí enterró a Ann, su mujer. Decidió que su funeral será realizado en el Carnegie Hall, de Nueva York, e ingresó al hospicio esperando morir. Mientras esperaba, fue recibiendo amigos que en animada procesión por allí desfilaron para despedirse. Desde la vieja pandilla del periodismo hasta los herederos de los Kennedy, pasando por Ronald Rumsfeld y, exceptuando Bill Clinton, todo el mundo fue a decirle adiós. Y durante semanas, comió de todo. McDonald’s, pasteles de cereza y limón, cakes de manzana, tostadas, bebió café, té, posiblemente algúno que otro Martini y divirtió a las 25 enfermeras del hospicio, transformándose en una celebridad entre los demás pacientes, a punto de terminar por recibir un premio de la asociación nacional de hospicios – en Estados Unidos hay asociaciones para todo – y fue electo por ellos el hombre del año de los hospicios, con derecho a discurso en una sala de banquetes en Washington D.C. Pero no se murió. De hecho, a los seis meses los médicos descubrieron que los riñones volvieron a funcionar, no mejor que antes, pero lo suficiente para no envenenarle el cuerpo, su aspecto mejoró considerablemente y le dijeron que se fuera del hospicio. Desde entonces, Art volvió a escribir su columna, vive entre Nueva York y Martha’s Vineyard y acaba de publicar otro libro (tiene 83 libros publicados y 81 años de edad). Se llama
Too Soon to Say Goodbye (Demasiado temprano para decir adiós) y lo comencé a leer ayer a las 8:30 de la noche y acabo de terminarlo hace media hora, menos de 24 horas después.
Art Buchwald es, posiblemente, el periodista estadounidense que más tiempo llevo leyendo en mi vida y, obviamente ha tenido su influencia en mi forma de ver el mundo. A mediados de los años 50 del siglo pasado, Art se instaló en Paris y allí vivió durante 15 años sin nunca lograr mantener una conversación fluida en francés. Todo un prodigio, o un milagro, en un país que se enorgullece de su idioma y relega a los que no lo hablan. Al borde del Sena, Art consiguió un trabajo como columnista de restaurantes y cocina en el diario, en inglés,
International Herald Tribune, y trabajó dos pisos debajo de la oficina de
Newsweek, en esa época dirigida por Ben Bradley, el legendario editor del Washington Post en los días del Watergate y uno de los amigos que Art escogió para decir unas palabras en su funeral. Palabras, dicho sea de paso, que ya fueron puestas a consideración de Art y las publicó en el libro que acaba de lanzar. Es en Paris donde nace su columna humorística, como existe hasta hoy -
ahora pueden ser leídas en el Washington Post (
la última, por el momento, salió publicada esta mañana) – y alcanzó tamaña popularidad que apareció diariamente en 500 periódicos de todo el mundo. El ya desaparecido "O Século", de Lisboa, fue uno de ellos y allí fue donde lo descubrí teniendo, probablemente, unos 7 años de edad. La columna aparecia de lunes a viernes en la última página, abajo del lado izquierdo, y tenia un encabezamiento con un grabado de Art, riéndose con un tabaco en la boca, y su nombre. Nada más. Después, venia el texto con un titulo. O sea, la columna se llamaba apenas,
Art Buchwald, no hacia falta nada más. Así pasó parte de mi infancia. Y creció un hábito que dura hasta hoy. Todos los días busco su columna y no termino de divertirme con sus ocurrencias. Una de ellas es, precisamente, la que da inicio a este último libro. No resisto publicar un extracto, reproducido en la contraportada, traducido con cierta libertad.
“Estoy en un hospicio y continuamente tengo este sueño. Me encuentro en el aeropuerto de Dulles con una reservación para ir al Cielo en la mano. Miro el listado de los vuelos. Los que van al Cielo salen de la última puerta… He comprado mi boleto que dice, ‘cuando se va al Cielo sólo hace falta una maleta, pero no incluya en ella una fosforera o un par de tijeras’. Espero en la fila por horas. Ni siquiera me doy cuenta, de cuanta gente espera por el mismo vuelo…
En el avión uno se sienta donde quiera. Se que el Cielo es un lugar maravilloso. Dicen que haremos escala en Dallas, Chicago y Albuquerque. El avión acaba de llegar. Me levanto y pregunto a la azafata: “¿Tengo derecho a millas de pasajero frecuente?” La azafata contesta, “no va a necesitar ninguna, porque no va a volver”.
Y ahora viene la parte que a mi más me gusta. (Recuerden que esto es mi sueño). Por el sistema de sonido del aeropuerto hay una voz que dice: “A causa de las inclemencias del tiempo, el vuelo de hoy hacia el Cielo ha sido cancelado. Pueden volver mañana que los colocamos en la lista de espera”.
Este es Art Buchwald. Afortunadamente sus riñones siguen funcionando. Sino, ¿a quién voy a leer todas las mañanas como hace 40 años?
Everglades, 16 de noviembre del 2006