Meditación

No soy un tipo místico pero debo admitir que en un par de ocasiones la Iglesia me ha salvado el pellejo. Una de ellas fue en Ecuador, durante la guerra con Perú en 1995, cuando en pleno frente de batalla – una mierdita, no vayan a pensar ahora que soy un guerrero a pecho limpio, ni nada de eso – pero lo cierto es que, pese a las bombas, cohetazos y disparos, no había nada que escribir ese día y el editor para el periódico en que trabajaba en Lisboa insistía en una crónica diaria. Resulta que sin nada que escribir, paseando por una aldea próxima al frente se me ocurrió entrar a la iglesia local y descubrí un templo lleno de feligreses y un cura, seguramente, muy feliz por la alta concurrencia. Escuchando la homilía, me di cuenta que sus palabras eran, literalmente, un “parte de guerra”, críptico, pero claro, que me dieron de inmediato el tema de mi crónica de ése día. En otra oportunidad, en Haití, sucedió lo mismo. Escribí, modestia aparte, un buen reportaje basado exclusivamente en la homilía de un padre en la catedral de Port-au-Prince, y desde entonces, he aprendido a confiar en la Iglesia, con la cual, como se dan cuenta, mantengo una relación muy particular. Por eso, fotos como esta, cuyo autor desconozco, me dan una particular paz interior, en estos momentos. Difíciles.